Dos y una.

El bálsamo masturbatorio fue engañoso alivio. La costra transformóse en llaga y la herida renovó morbo e incontinencias.
El capitán Piedra Buena, de sospechoso accionar, salía temprano y regresaba por la noche con pedo tambaleante y olor a piringundín barato. Una mañana, antes de despedirse, el gran Benito me obsequió con unos días de vacaciones y un fajo de billetes para "descargar la lapicera".
Por recomendación de un viejo marinero me fui a las playas del sur, región donde, además de tranquilidad, supuestamente encontraría "niñas de buen comer". Dejé un mensaje para Daurade en la recepción del hotel indicándole mi destino e invitándola a pasar unos días conmigo con la ingenua excusa de retribuirle su gentileza.
Acertado consejo, el nuevo escenario fue paradisíaco paisaje lleno de blondas mujeres que, al desnudo, bronceaban sus cuerpos y bebían jugos de fruta.
Echado en la arena y sueltito por alcoholes y venéreas alucinaciones, me vi sorprendido por la aparición de dos figuras que, con un sol de frente inyectando mis ojos de amarillos y celestes, inicialmente confundí con espejismos.
Tratábase de Daurade y una hermosa desconocida que también se escondía detrás de unas finas gafas color carmín.
-Le presento a Claire, mi hermana. Me daba miedo venir sola y le pedí que me acompañe. Prepárese porque las dos juntas somos, cómo decir, cortas de visión pero largas al punto de vista.