Desatino

Siempre supe sacarle ventaja al insomnio.Si los pensamientos impiden que el cuerpo descanse, si el cotidiano accionar de ensayar la muerte se altera manteniéndome en vilo, si la masturbación reiterada no es sedante suficiente, mejor acomodar aunque sea una idea y darle un mínimo y purgatorio desarrollo.Alcohólica bailarina de ballet, aquella noche giré en pedregoso escenario con la corajuda confianza que sólo el vodka inyecta en las venas.Se pueden tener los mejores naipes en la mano e igualmente perder la partida. Se puede nacer bello, dotado de una chota escandalosa y no tener la sensibilidad auditiva para hacer buen uso del instrumento. Puédese, también, navegar sin timón y llegar a cualquier destino guiado por la tríada instinto-ganas de romper las bolas-buen orto.Con más pifies que aciertos, el periplo en La Flojita de Gatillo veníame enfrentando con un día a día atractivamente desparejo. Cualquier accidental encanto, dígase sexual, financiero o simplemente banal, bien podría llevarme a dar un paso al costado. Y fue un flato estridente como campanada de iglesia la elástica vibración que devolvióme al campo de los sueños. Su autor, mi dilecto arreglista Benito Piedra Buena, obsequióme con perfumada respuesta el alivio necesario para descomponer el soliloquio y dormir como un tronco.Siempre miento al relatar mis sueños. Les otorgo una falsa espectacularidad que pone de manifiesto mi ego de cuatro de copas. Recuerdo haber contado que esa noche soñé que Lito, perro ángel guardián, ladróme en inglés bellas coplas que, decodificadas al ruso, fermoseaban un eterno destino junto a mi capitán.