No soy recto.

Vida estercolaria y autodestructiva la escojida por Dardo Mujica, camino atrofiado por el bache del vicio y el banquinazo del escándalo. Pedos, desmayos, grescas, discusiones, redadas, subidones, etc., lo diplomaron en mala compañía.
Poco le duraban las amistades, bastante menos los amores. Irma, su tía materna, fue la única que no le soltó la mano, ni siquiera cuando ella misma era la víctima de aquel fraudulento sobrino. Con las chicas la cosa fue distinta. Ya desde joven Dardo supo que jamás daría placer a otro ser vivo. Las malas lenguas descargaban su ira justificada depositándolo en el podio de los pitochicos, mal aliento y culofáciles.
Cuando el barrio entero le dio la espalda, Dardo finjió un intento de suicidio que, por descuido o por boludo, igualmente lo dejó liciado. Invitado a cenar por su tía Irma, aprovechó la velada para ver si podía manguearle unos pesos y, ante la lógica negativa, abrió las puertas del balcón y se arrojó al vacío. Irma vivía en un segundo piso D que daba a un pulmón de manzana. A Dardo lo trasladaron a un sanatorio cercano, una fractura expuesta del fémur derecho le otorgó otro título a su ascendente carrera: el título de rengo de mierda.
Ante el cambio motriz, Dardo adquirió la explosiva y traidora fuerza del volcán, la sagacidad del discriminado y una nueva vocación. Pronto supo que era mejor parar en una esquina que despertar risas, chanzas y sopechas con su andar desparejo.
Eligió una esquina no muy céntrica pero si lo suficientemente transitada como para armar y desarmar el paisaje a gusto. Empezó vendiendo lotería y candados, dos elementos con bastante salida en aquella epoca de cobardes y desesperados. Inmediatamente se escucharon atroces acusaciones. Se decía que "el rengo de mierda" no sólo vendía droga a los jóvenes sino que también escupía barbaridades a toda fémina portadora de minifalda. Nunca pudo probarse injuria alguna.
Dardo siguió siendo un cara de esquina, un hombre sólo visible bajo la sombra de la duda. "Señor, señora, ayúdeme a recuperar la rectitud", solía decirle a los desprevenidos transeúntes. "Tomá, comprate un bastón, rengo de mierda", le contestaban resentidos y memoriosos.