Epistolario de Rúben y María del Carmen.

Apóstoles, 28 de julio de 195.

Mi bestia peluda.

No está bien para una muchacha de mi posición entrar en el terreno de lo impúdico. Mis padres me han inculcado el cuidado de las formas ante todo y, hasta el día de hoy, nadie podrá quitarme la bandera del recato.
El estudio de las artes y mi obsesión por su enorme anatomía me empujan tanto a la perplejidad como al embeleso.
Considere estas líneas a modo de confesión.
¿A quién más puedo contarle aquellos hechos que sacuden mi intimidad?
Sucede que desde hace varias noches sueño con usted y, digámoslo clara y directamente, su gigantismo testicular. Tripulante de una amorfa embarcación, aparéceme su figura de dios Neptuno guiado por caballos de mar que al mismo tiempo sostienen una hidrocele que, como en los cuadros de Dalí, también cuelgan de anzuelos como las famosas obras con derretidos relojes y huevos fritos.
Muero de vergüenza, mi bestia marítima. Ruborízame mi desfachatez.
No pretendo ofenderlo.
Simplemente quería compartir aquello que la fantasía y el deseo hacen del amor.

Le quiere.
María del Carmen.