miércoles, 7 de noviembre de 2018

Dady y el mundo real

Tren nocturno cruzando llanura eterna, afuera tormenta, adentro Dady metido en su mente piensa en personas, lugares y situaciones aisladas en las que busca conexiones que aparecen y se desvanecen.
Su cabeza lo lleva a personas que ya no están.
El whisky lo hace dormir un rato y sueña con un Superman flaco que vuela por los pasillos de un Coto y agarra todo tipo de cosas: maní japonés, pólvo para lavar la ropa, ojotas de colores, lentejas y una sal rosada del Himalaya. De golpe el tren frena y el guardia anuncia la última parada: Denver, Colorado.
Consigue una habitación y en la cama escucha Cash, Soft Cell y el segundo de Housemartins. En la tele muda una peli de Sergio Leone. Esa que Charles Bronson toca la flauta y Henry Ford es más malo que andar con ganas de cagar y el inodoro más cercano está en Plutón.
Tiene el impulso de escribir algo pero gana la tentación de saltar de una idea a otra: sin gps, sin mapa, sin lógica.
La lógica es en su cabeza algo que desapareció: cono la Atlántida, como los buenos modales, como la verdad. Seguir en el trip es lo único que hay en el menú.
Buscar la Gloria perdido en el bosque con la soledad como único y auténtico gurú. Mirar las estrellas por la ventana, saber que al menos la escenografía es perfecta, lejana, permanente y presente.
Mezcla dormicum, tramal y una botella pequeña de gin del frigobar. La ducha larga colabora y su mente se pone en blanco. Duerme en el piso del baño tapado en toallas. Se despierta con el sol ya alto y una botella de champagne a medio tomar. Clava un trago tibio horrible y se lava los dientes un rato largo.
Antes de las dos de la tarde retira 6000 dólares de un banco típico del Midwest. De inmediato entiende que necesita ver el mar. Alquila un auto. Viaja por la highway casi tres días hasta baja. Mucho Faces, Black Crowes, Stones y Zepelín.
En el hotel True spirit conoce a Juliette y toman pexote, mariguana y fuman muchos luckies. Se llenan de mar, de sol y sexo. Nadan con delfines y a la noche se van a la montaña donde el cielo les habla y los protege. Hablan de pulpos, robots y extraterrestres. Mirando el universo ella dice “hay algo defectuoso en el clavo”. El no entiende bien la frase y vuelven a hacerlo.
Al amanecer desayunan café en la pileta del hotel y hablan de películas, libros, series, países y animales extinguidos. Ella se pinta las uñas del pie de azul y el deja volar su cabeza pensando en personas que pasaron por su vida. Decide que necesita frío: montañas nevadas, otro clima. La invita al Tíbet. Ella ya es de él y él es de ella.
Aviones, aeropuertos y una semana después están en Katmandú. Como en el libro que ambos leyeron cuando eran adolescentes: todos los caminos conducen a Katmandú.
Terminan en un monasterio de esos a los que van las estrellas de Hollywood. Yoga, meditación,silencio, arroz, monjes y algunos temas de Leonard Cohen en Spotify a la noche con los Himalayas de fondo. Algún monje protesta pero simplemente bajan un poco el volumen y se lo pasan por el quinto forro de los huevos. Al fin y al cabo la vida es como esa canción de Azúcar Moreno: solo se vive una vez. O no.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El Eleché.