sábado, 25 de abril de 2015

Neil, Jim y Dady


Se puede vivir en un infierno que siempre se esta hundiendo. Tenian un amigo que habia vivido mil muertes. Miraban fotos viejas de noche. Desde el piso mas alto veain pasar taxis-
De alguna manera el tiempo perdido los esperaba en algun lado.
Estaba el Negro Samurai que tenia palomas mensajeras. Y los mafiosos jugaban a las cartas con la tv prendida sin volumen. Dibujitos animados en colores.
Todos sabian que este lugar siempre era un no lugar.
Respirar, adivinar, mirar estrellas. Todos sabian que esto es nowhere.
Otro auto. Musica donde el baterista relajado le queria hablar a una chica que no estaba mas.
Dados? Comer? Leer? Investigar?
Los amigos hacen cosas que los terminan destruyendo. Pero luego quedaban cosas.
Peliculas viejas, venganzas inutiles, rios secos llevando piedras al mar.
Girar y girar. Como la tierra y sus mil cositas.
Todo valia la pena: la ropa, las botas, el polvo: por que es tan dificil decir no?
El Negro Samurai entro a la casa de los mafiosos que jugaban cartas con la tv en mute. Dibujitos animados en colores.
Las horas se doblan como una soga en tu cuello: los ojos perdidos, etc.

To be continued

1 comentario:

Tano Bols dijo...

Abrí el blog para comentar este post, lo merece.
Lo de "no lugar" me hizo acordar a Marc Augé y a un libro que escribió que se llama "El viajero subterráneo, un etnólogo en el metro".
Hay un fragmento que dice:
"Soledad, ésta sería sin duda la palabra clave de la descripción que podría
intentar hacer un observador exterior del fenómeno social del metro. La
paradoja un poco provocativa de esta proposición estribaría sencillamente en la
necesidad en que muy pronto se encontraría dicho observador de escribir la
palabra ―soledades‖, en plural, para significar mediante esa desinencia es el
carácter límite de la aglomeración de pasajeros impuesta por las dimensiones de
los vagones (el continente) y por los horarios de trabajo que determinan su
frecuentación (el contenido): exceso de gente significa el empujón —que en
ocasiones podría degenerar en pánico—, impone el contacto, suscita protestas o
risas, en suma, crea un modo de relación, ciertamente fortuito y fugaz, que
manifiesta empero una condición compartida: cuando apenas hay gente, en la
pereza de una tarde de verano o en la fatiga de una noche de invierno, y según
la edad, el sexo o la disposición anímica del momento, el viajero solitario puede
experimentar la angustia de ver surgir en el extremo del corredor desierto, bajo
cuya bóveda resuena extrañamente su paso, al enemigo, al extraño, al ladrón, al
violador, al asesino".