martes, 24 de junio de 2014

HEY! HO! LETCHKOV x @fander

Una confesión: me cuesta gritar goles de la selección argentina, Grité mucho el de Maxi, en 2006, por lo bonito, por el desahogo; el de Palermo, en 2010, por los motivos de sobra conocidos, aunque este grito fue mudo. Me explotó en los ojos, lloré. Del resto de las veces recuerdo el puño apretado que vuela por los aires, el salto, de vez en cuando el abrazo con mi partenaire de turno.
Digámoslo con todas las letras: los juegos que involucran a nuestra selección son otra cosa que fútbol. Diente apretado, hacerse malasangre, putear contra el número tres que, por ley de la naturaleza, ha de ser siempre horrible. Qué pasión ni ocho cuartos. La violenta actualidad nos riñe con la épica y sin épica ¿puede haber pasión?
Salgamos del fárrago de la palabrería y pongamos un ejemplo perfumado.
Estados Unidos, 1994. Argentina quedó afuera y el mundial vuelve a ser un evento a contemplar con otros ojos. Cuartos de final. Alemania, el campeón defensor, se mide Bulgaria. Los búlgaros no son un equipo, son una banda. Entraron al mundial por la ventana, después de una corrida de Emil Kostadinov en Parc des Princes, que sirvió para cargarse a la Francia de Cantona.
Alemania se adelanta en el marcador. Lothar Matthäus, de penal. La burocracia teutona suele ser puntual. El caos búlgaro, en cambio, es resbaladizo. Hristo Stoitchkov, tu grato nombre, pone el empate. De tiro libre. Un gol que hizo mil veces. Pero cada tanto Homero pestañea, dios se lima las uñas o Alemania queda mal parada en defensa. Llueve el centro y la insólita marca del pelado Letchkov es Thomas Häßler, un taponcito. Letchkov se lo come en el salto y a cobrar. En sólo tres minutos el potrero pone en peligro el equilibrio del universo tal como lo conocemos.
Ese gol sí se grita hasta que la garganta raspe. ¿Por qué? Hay mil razones pero para mí épica de entrecasa destaca la siguiente. Letchkov, el pelado, es oriundo de Sliven, una pequeña población donde el accidente nuclear de Chernobyl condenó a sus habitantes a diversos niveles de alopecia. ¿Será cierto? Qué sé yo. Basta ver Stalker, de Tarkovsky, que es bastante anterior al accidente, para comprobar que el tiempo es pícaro y bien podría ocurrir que la emanación radiactiva dote a sus víctimas de algún atributo singular, por qué no, la revelación.
¿Vamos a La Zona? Tiremos unas tuercas para decidir cuál es el camino.
Iordan Letchkov se retiró del fútbol. Antes de eso tuvo tiempo para estafar a un club turco (en un caso sospechosamente parecido al de Ariel Arnaldo Ortega). Pero el después no deja de ser interesante.
Fue presidente del club de fútbol local y llegó a la alcaldía del pueblo de alopécicos. Allí hizo algunos negocios turbios, contrató por gruesas sumas a sus amigos de la infancia, se valió de la obra pública para el provecho de sus negocios particulares, en fin, la realidad prosaica de un diario cualquiera de los nuestros. Un tribunal lo condenó a dos años de prisión.
En suma, a nuestra época le falta épica y la épica se escribe y la escritura es caprichosa pero si conmueve, convence. Los hombres, vistos de cerca, somos demasiado humanos y tener buena memoria también es saber qué cosas olvidar. Después de todo, alguien se acordará de mí como el borracho al que echaron de un bar por afanarse un cenicero.

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