En 1511,
Urayoán, cacique de una de las varias tribus del pueblo taíno que poblaba la
isla de Boriquén -lo que hoy es Puerto Rico- emboscó a un soldado español y
mandó a que lo ahogaran en un río.
La misión
se cumplió según indicaciones del jefe.
El godo,
al parecer, no mostraba signos vitales cuando lo retiraron del agua.
No
obstante, Urayoán pidió que dejaran el fiambre al sol.
Al cabo de
unos días, el fuerte calor y la humedad de la hoy llamada Isla del Encanto hicieron
lo propio.
El cuerpo
del intruso europeo empezó a pudrirse, hincharse y emanar olor pestilente.
Esto
confirmó lo que Urayoán sospechaba: a la final no eran dioses inmortales aquellos
extraños visitantes de ultramar.
Eran
apenas una banda de humanos parvenús.
Ipso
facto, Urayoán inició una revuelta concertada con el resto las tribus boricuas para
echar a flechazos a esa extraña y voraz jauría de carapálidas, sifilíticos y
desdentados con narices enormes y miembros viriles insignificantes.
Corte a la
Amazonia, 500 años después.
Los tiraflechas
han olvidado la lección de Urayoán.
Siguen –o mejor
dicho, seguimos- aquejados por el complejo de inferioridad.
Trabados por
supersticiones y bloqueados con compulsiones neuróticas inexplicables.
Sumidos en
la indolencia y el autosabotash.
Depositando
esperanzas en cábalas, embrujos y cánticos penosos.
Sí se
puede, sí se puede.
Conformándonos
con poco.
Derrotissstas.
“Jugamos
como nunca, perdimos como siempre” suelen consolarse en México, tal vez la
catedral del derrotismo tiraflechas.
Los más
optimistas entre los tiraflechas aspiran a llegar a octavos.
A muchos
jugadores les alcanza con cambiar camisetas con algún europeo.
Esto
último tal vez es comprensible.
Evidentemente
Nike, Adidas y Lotto ponen a sus diseñadores junior a desarrollar los uniformes
de las selecciones tiraflechas.
Qué feos
que son. Cargados de colorinches sin ton ni son.
Con
texturas, firuletes y detalles visuales innecesarios.
A
diferencia de la vestimenta de los europeos: minimalista, con colores plenos,
detalles de buen gusto.
Ni
siquiera le pilcha argentina, la única camiseta de motivo retro a rayas, con
una paleta de colores piolísima, está bien diseñada.
Sólo le
falta la publicidad y sería una camiseta de un equipo de la B.
El único
uniforme bien logrado de los tiraflechas es el de Honduras, de marca Joma.
En fin.
Volviendo
a lo futbolístico.
La buena
noticia es que algo cambió en los primeros partidos de esta copa tropical, afrolatina,
desorganizada, bochornosa, con olor a axila, alconafta y cerveza barata.
El espíritu
de los taínos del Boriquén se apoderó de algunos tiraflechas.
Están
saliendo a jugar de igual a igual.
Sin
traumas, sin miedo, con la frente alta.
Observando
al rival y explotando sus debilidades metódicamente.
Sin
supersticiones.
Sin
autoboicotearse.
Preparados,
con ideas y un plan de juego.
Sin
payasadas o bravuconadas que subconscientemente buscan la derrota, como los
escorpiones y firuletes del enorme René Higuita, que le costaron la
clasificación y un triste episodio de sicariato al equipo cafetero.
Ojo, el
depredador europeo, que de tonto no tiene nada a pesar de su inferioridad
genética, ha incorporado tiraflechas a sus filas.
Balotelli.
Boateng. Costa.
Incluso ha
reclutado tiraflechas del Asia menor: Ozil, Khedira.
Hemos
visto en redes sociales lo diezmados que quedarían sus alineaciones si se
excluyeran los tiraflechas.
Así y
todo, los onces del viejo continente colonial y decadente están recibiendo una
considerable dosis de face painting.
Sus
porterías se ven asediadas y quebradas sistemáticamente.
Incluso
los alemanes, esos representantes de la máxima barbarie institucionalizada del
SXX, se comen sombreros irreverentes.
Hannah
Arendt se haría un picnic mirando a Joachim Löw comiéndose los mocos o a Thomas
Müller toda ensagrentada, tirada en el piso y lloriqueando como una niña.
Ya ni los
turbios manejos de Blatter o la compraventa de árbitros pueden ocultar esta
realidad.
Los
tiraflechas se tienen cada vez más fe.
Alguien
exclamará: pero el que escribió esto es un pelotudo.
Brasil,
país tiraflechas si los hay, ganó cinco copas.
La teoría
falla.
No señor.
Todo lo
contrario.
Brasil
confirma 100% la teoría del tiraflechas.
Brasil,
dada su cantidad de habitantes, su obsesión futbolera y su interminable cantera
de tiraflechas que nacen y viven con una pelota al pie, es un fracaso del
fútbol.
Con esa
materia prima, tendrían que haber ganado todos los mundiales y todos los juegos
olímpicos.
Brasil
tiene el doble de habitantes que cualquier otro país del mundo con tradición
futbolera.
Brasil
debería ser al fútbol soccer lo que EEUU es al fútbol americano, el bésibol y
el basket: el monopilizador absoluto de todos los trofeos habidos y por haber.
Estadísticamente
debería ser categóricamente imbatible.
Brasil,
dadas sus inmejorables condiciones geográficas y demográficas para jugar a la
pelota, debería ser un Muhammad Ali peleando en la categoría welter junior
amateur de un torneo interclubes de barrio.
Brasil
debería ser al soccer lo que Argentina es al polo: el país que gana todo
siempre.
Sin
embargo, no lo es.
Ni por
asomo.
Sólo ganó
5 copas.
Ha perdido
finales de local, se ha ido en cuartos, tiene dry spells inexplicables.
Es un
equipo muy competitivo, sin dudas, pero el balance a lo largo de los años es
negativo.
Muy.
El complejo
de inferioridad del tiraflechas está ahí, ominoso, siempre presente.
Pasemos a
Argentina.
Tenemos un
problemita.
Nuestro
eterno dilema.
Cuando
tenemos que comportarnos como europeos, nos aflora el tiraflechas.
Y
viceversa.
Estamos en
un brete.
Europa
fue.
Los
tiraflechas quieren recuperar el terreno perdido.
Si no es
este mundial será el próximo.
Tenemos
que elegir qué somos.
O bien qué
queremos ser.
¿Queremos
que Leo sea todo y haga todo?
¿Que sea capitán,
goleador, técnico?
¿Que haga
propagandas para YPF, Pesci, Doritos, Adidas y Paka Paka?
Leo no
puede solo.
Puede ser
nuestro Urayoán, sí.
Como otrora
lo fue Diego.
1 comentario:
pueblo taíno es muy hermoso.
Jey Lo es borique?
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