Cuaderno de bitácora IV.

Tal cual anunciaban vientos y mareas, La Flojita de Gatillo vivió otra tempestuosa jornada. Nuevamente fuimos juguete de endiabladas voluntades de las que pocos han salido airosos. Pasamos horas enteras a merced del tiempo y el capricho de las olas, monstruos monumentales dueños de un abismo tenebroso.
Creímos haber hecho todo lo técnicamente posible para sobrellevar la tormenta. Habíamos vivido situaciones similares pero nunca alguna de tamaña magnitud y, menos aún, a miles de quilómetros de la costa.
Y la humana miseria nos hizo zafar de la externa perturbación atmosférica para luego caer en peor desgracia interior.
Capeado el temporal, inmediatamente pasamos revista de todo daño o pérdida posible. Milagro o casualidad, la embestida no había generado perjuicios materiales en la embarcación.
Todavía perturbado por la calma que precede a la agitación de la aguas, un grito desgarrador terminó de espabilar mi idiotizada conducta. "NO, NO ME HAGAS ESTO, EOLO HIJO DE MIL PUTA, DEVOLVELO, POR FAVOR, TE LO SUPLICO", repitió bajo sollozos una mil veces el capitán Piedra Buena.
Entre el odio, la necedad y la negación, hoy nos debatimos qué hacer con nuestras vidas y el futuro de la empresa iniciada ya no sabemos cuándo.
Imaginamos estar preparados para todo pero la adversidad se ha convertido en inesperado tripulante que nos devora el ánimo a seguir adelante con la expedición.
Hemos perdido a Lito.
Hemos perdido la primer gran batalla.